Wednesday, July 18, 2007
APOLOGÍA NACIONAL
Siempre fuimos la joya perdida de Sudamérica o por lo menos así nos la creímos nosotros mismo, por lo tanto no fue tan difícil convencer al resto de la hipótesis idealizada en aquel barco de inmigrantes que descendió y se reprodujo como raza única, en las bastas extensiones de la pampa. Los argentinos nunca nos identificamos con el resto de los sudamericanos, sino más bien hostiles y soberbios hacíamos alarde de nuestra picardía criolla, de la viveza en el juego de palabras con el chamullo correspondiente de alguna ventaja. Ostentamos el narcisismo de nuestras mujeres de encanto latino y clase europea, sin rastros indígenas, potentes pero sometidas a una sociedad machista que les da rienda suelta para lucir la seducción femenina como don nacional. En los hombres cae la gracia de la desenvoltura, las palabras halagadoras desprovistas de reparo, los piropos y las promesas que en cuanto más ilusorias sean más sensación causa a los oídos que los oyen. Atrevidos sin pedir permiso buscan el contacto para convertirse en imanes deseables.
Argentina de todos los tiempos, misterioso por el zumbido de tango, por los exilios y los golpes bajos. Atrapadora por el desplome de riquezas naturales en la península del mundo. Conocida por los vacunos que se precipitan en las pampas y después rondan mundanos en los mejores restaurantes con el sello nacional, igual que las viñas que se explayan en el oeste y derraman en bodegas la calidad vínica sin demasiados esfuerzos. Un sur de bosques que costean los suizos e incontables atractivos turísticos que el país expone. Siempre altamente cotizados, la paridad nos puso al nivel europeo y no muchos se podían dar el lujo de llegar hasta esta península. Los que llegaban a las ciudades alucinaban con la grandeza de estas y se cuestionaban la forma en que habíamos levantado en este rincón lejano una ciudad lumínica y esplendorosa con la avenida más ancha y los edificios entre antiguos y sofisticados que se asoman al Plata.
Siempre orgullosos tanto de nuestros aromas de cafetines porteños como de mates provincianos, nunca reparamos en nuestra alza en la bolsa por soberbios y obstinados. Hasta que la crisis nos arrasó y la devaluación nos golpeo la puerta con el aviso de despido firmado por el Fondo Monetario. Entonces como la antiguas familias de renombre que perdían su fortuna, buscamos casarnos con quien fuera, total de salvar el prestigio. Pero ya no hubo forma de frenar la humedad que como cataratas se filtraba por las paredes, las monedas circulaban de la misma forma que las tapitas de las gaseosas y los billetes se canjeaban por la platita- papel del juego “El Estanciero”. Contábamos con los pobladores más ingeniosos, el país más atractivo y pudientes y una cultura tan particular que diferencia al argentino en el resto del mundo. Pero cuando tomamos conciencia que existía justo eso un resto de mundo estábamos embarcados en deuda, decadencia social, y subestimación política que nos limitaban a levantar lo que más arriba tuvimos, el ego.
Por esa viveza le apostamos todo al casino y salimos desahuciados. Después de un par de años en depresión, nos volvimos a mirar al espejo y nos detuvimos en los rasgos atractivos que aún nos quedaban. Tomar la decisión de empezar de nuevo nunca es sencilla, pero dejarse morir en el intento es de cobardes para argentinos osados. Entonces nos lavamos la cara, nos peinamos, nos ponemos nuestra mejor pilcha y volvemos a salir a la lucha. En cuanto nos exponemos, ese resto de mundo que pareció tratarnos con desaire se desespera por pisar la península. Para aquellos que no estaba a su alcance, Argentina ahora es rica y económica. Es como una adolescente golpeada por su último amor y espera ahora contar con sus amigos. Un país cotizado al mismo nivel que Europa, porque para el resto del mundo cuando la paridad nos hamacaba comprar en Lafayette (Paris) o en Galería Pacífico (Buenos Aires) sumaba el mismo valor en la tarjeta de crédito, dormir en California o Mendoza costaban diez verdes o diez naranjas con la diferencia que te despertaban huevo revuelto o tortitas con manteca. Entonces si después de semejante guerra social la tasación monetaria debilitó los órganos financieros, en lugar de atosigarnos y tapar las pocas ventanas que quedan busquemos las puertas porque del otro lado hay mucha gente que quiere entrar a la cotizada Argentina. Se hizo desear tanto que ahora resulta excesivamente atractiva, y parecemos formar parte de una especie de outlet turístico.
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